lunes, 21 de septiembre de 2015

Silvina Ocampo, esa flor blanca.

Un fantasma sobrevuela los escritos de Silvina Ocampo, un fantasma femenino, con la fragilidad de lo firme. A medida que los ojos lectores avanzan sobre sus letras un campo de nardos crece  decidido a hechizar con su aroma. Creer en las infinitas posibilidades que ella nos ofrece es un acto de voluntad mágica al cual uno debe entregarse como si cayera en una alfombra de flores blancas y doradas; una voluntad que sólo se consigue frente al espejo, en silencio o en un eterno jardín secreto iluminado por rayos de Sol que atraviesan las ramas de los árboles.

Silvina nos ofrece sutil pero decididamente, una mirada etérea, cegadora, celeste y  luminosa que nos alivia frente a los misterios de la vida.  Frente a  los misterios de un rostro, un nombre, una familia, una casa o un conjunto de cristales rotos en un rincón. Entregarse a sus palabras es animarse a viajar en silencio por un mundo paralelo, por un mundo que se encuentra del otro lado de cualquier espejo.


Sin embargo, Silvina Ocampo, sin piedad alguna, da vuelta sus espejos y nos muestra la cara maliciosa del reflejo humano, perenne. La crueldad de un niño, de una palabra mal dicha, de un castigo ancestral. La sorpresa mórbida y el instante de cambio. El tiempo en círculos, el tiempo serpiente.  La verdad como mentira que disuelve el papel en un río antes de que aprendamos a nadar. 

Manuela Rímoli.

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