El cine
argentino tuve un punto de inflexión creativa hacia 1960, este cambio lo
introdujo la llamada Generación del ’60,
un grupo de cineastas (también de argumentistas y guionistas) que fueron para
nuestro cine nacional lo que la Nouvelle
Vague o el Free Cinema fueron
para el cine europeo francés e inglés,
respectivamente. Sin embargo, cabe aclarar que no tenían las mismas ambiciones
ni “métodos” de vanguardia. El punto que los conecta es, nada más y nada menos,
el hecho de que ver una película de este grupo de directores era (y sigue siendo) una oleada de aire
fresco y de infinita creatividad, al igual que el cine de las vanguardias
mencionadas.
Manuel
Antín, Rodolfo Kuhn y David José Kohon son solo algunos de los nombres del
grupo Generación del ‘60.
Con una
acotada filmografía -dos cortos y siete largometrajes- Kohon se destaca por su
poética y su capacidad para retratar a su ciudad, Buenos Aires. Siempre asados,
siempre tangos, siempre colectivos, cafés, bares y lunfardo.
Su segundo
corto se titula “Buenos Aires” (1958) y, paradójicamente, sirve de corona para
toda su obra posterior.
En todas sus
películas Buenos Aires aparece como el escenario de historias de gente común y
sus diferentes maneras de relacionarse con la soledad. "Siempre me interesó lo que sucede cuando no sucede nada. Además,
una forma de caracterizar a las personas es descubrir lo que hacen cuando están
solas, en su intimidad. Y no tiene por qué siempre suceder algo importante"
afirmaba Kohon repasando su filmografía en una serie de entrevistas con Javier
Naudeau *.
A su querida
Buenos Aires la vemos nocturna y la vemos de día. La arquitectura porteña, y también la del
interior de la provincia de Buenos Aires, se revaloriza frente a la cámara de Kohon.
Los edificios y las casas, las calles, las ventanas y los bares parecen
desplegar sus alas de pavo real frente a los ojos del cineasta, iluminando las
escenas de sus películas de manera única. La arquitectura porteña se nos revela
como un arte perdido en el tiempo, llena de esplendor y belleza en las primeras
décadas del siglo XX y ya a punto de transformarse en algo diferente en la
década del ’60. Sin embargo, Buenos Aires hoy
(y desde hace tiempo) ya no parece corresponder ese amor.
Los
protagonistas de las historias (siempre excelentes actores como Alfredo Alcón,
María Vaner, Lautaro Murúa y Walter Vidarte, por mencionar unos pocos)
atraviesan la ciudad sin mirarla, sin saber, quizás, que años más tarde serían
los protagonistas no sólo de hermosas películas sino de un documento
valiosísimo que funcionaría para siempre como una ventana al pasado argentino.
Y para hacer de este hermoso romance entre Kohon y Buenos
Aires un romance de verdad, en muchas
de sus películas la música estará a cargo del gigante Astor Piazzolla, que
inunda las imágenes con sus sonidos y crea una atmósfera que sus amantes
encontramos única e irresistible.
Estar enamorado de una ciudad no sólo significa adorar su
arquitectura sino también sus ritmos, sus sonidos y las costumbres de quienes
la habitan. Los colectivos de línea y los autos dibujan diagonales en la
pantalla generando una dinámica urbana en medio de la cual los protagonistas
vivirán sus días con sus frustraciones, como Alfredo Alcón en “¿Qué es el
otoño?” (1976) o sus romances, aunque sólo duren una noche como el de María
Vaner y Alcón en “Prisioneros de una noche” (1962) o sean su primer historia de
amor como la del protagonista de “Breve Cielo” (1969), un muy joven Alberto
Fernández de Rosa.
Kohon
afirmaba: “a veces no es necesario hacer
algo nuevo, sino algo auténtico, que surja del sentimiento y de la sensación
del mundo personal de cada uno.” Y sí, su cine es auténtico y por ello
tiene una gran poética personal, casi una filosofía (que a veces se escapa de
las bocas de sus personajes, como en “La nube” un episodio de “Tres veces Ana”
(1961), donde Lautaro Múrua interpreta a un crítico de cine que no solo “opina”
sobre películas). Dicha poética contiene un sinfín de metáforas. Como por
ejemplo en la ya mencionada “La nube” en la cual el protagonista, alias Monito
(un siempre excelente Walter Vidarte) sueña con compartir sus solitarios días
con Ana, una misteriosa mujer (encarnada por la también misteriosa María Vaner)
que cada día, antes de tomarse el colectivo para ir a trabajar, ve parada
frente a una ventana en lo alto de un edificio. Sueña con ella todos los días y
para mostrarnos esta fantasía de Monito, Kohon nos regala algunas de las
escenas más poéticas y bellas del cine argentino. Esta historia, tan
metafórica, tan única, es una piedra preciosa que, para quien escribe,
representa a toda la obra del director argentino. Toda su poética y unicidad.
Hoy la belleza de Buenos Aires no es la misma; además las
películas del director fueron difíciles de conseguir por mucho tiempo.
Actualmente, se encuentran al alcance del espectador en una cuidada colección
editada por J. C. Fisner. Sin embargo, en el DVD número 1 de la colección se
aclara “Los originales de estas películas
están perdidos. Esta edición tiene algunas deficiencias de imagen y sonido”.
Más allá de la profunda pena que genera la pérdida de los originales, las
deficiencias que tienen las copias no imposibilitan el disfrute.
De todos modos, lo bueno de esta historia de amor dispar
(aunque, en realidad, no sabemos qué siente
Buenos Aires) es que cuando la ciudad se vuelva hacia el director, no va a
ser tarde. Y esa es una de las virtudes del Arte. El Arte espera siempre,
porque vive siempre.
Filmografía de David
José Kohon: La flecha y el compás (corto - 1950), Buenos Aires (corto - 1958),
Prisioneros de una noche (1960), Tres veces Ana (1961), Así o de otra manera
(1964), Breve cielo (1969), Con alma y
vida (1970), ¿Qué es el otoño? (1976) y El agujero en la pared (1982).
*Las citas de David Kohon extraídas de "Conversaciones con
David José Kohon - Un film de entrevista", de Javier Naudeau - Fondo
Nacional de las Artes, Buenos Aires 2006.
Manuela
Rímoli
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