Es un
acuerdo común el decir que desde sus comienzos el cine busca documentar la vida
(y de la manera más fidedigna, o sea, en movimiento), algo que hasta su
aparición no habían logrado otras artes. El cine irrumpe en la vida de las
personas justo cuando éstas comienzan a desacreditar la actitud pasiva/contemplativa
que toma el espectador frente a lo artístico. Como sostiene Boris Groys °, el
cine adhiere a “la fe típicamente moderna en la superioridad de la vita activa por sobre la vita contemplativa”; la vida
contemplativa comienza a verse como una manifestación de debilidad vital, de
falta de energía y es el cine, desde sus comienzos, el medio que festeja todos
los tipos de movimientos existentes (piénsese en uno de los primeros cortos de
los hermanos Lumiére en el que un tren avanza hacia el espectador). El cine es
una “celebración del movimiento”, un defensor vehemente de la vita activa.
Ahora bien,
lo que hace el director italiano Michelangelo Antonioni (1912-2007) es cine,
nadie puede negarlo pero en sus películas el tiempo se detiene, uno flota de
una escena a la otra sin darse cuenta de toda la acción “no accionada” que
contienen. Podríamos decir -después de ver “La noche” (1961), “El eclipse”
(1962) o “Desierto Rojo” (1964)- que su cine se basa en la contemplación. Nada
es lo mismo después de ver una película de Antonioni, la arquitectura (arte olvidado
como tal para la contemporaneidad) recupera su estatus artístico, el silencio
cobra sentidos ilimitados y las miradas vuelven a transmitir la intensidad más
humana.
¿Podemos
entonces ver al director italiano como un rebelde, como alguien que en medio de
la celebración del movimiento y la agitación coloca en su lugar la quietud y el
mutismo? Es Antonioni quien nos hace espectadores duales, pasivos/activos, espectadores
con inmovilidad física pero con intensa actividad intelectual.
Es decir, en nuestra pasividad de espectador nos otorga
una intensa vita activa en nuestro
pecho, nuestra mente o donde quiera que se esconda el motor espiritual de cada
uno.
Groys afirma
que la situación del espectador de cine parece una gran parodia de la vita contemplativa que el cine mismo
denuncia. Y no puedo dejar de pensar en Antonioni, que en sus películas
enfrenta la vita contemplativa
(inmovilidad física) del espectador con la vita
contemplativa de sus actores (silencios, escenas interminables) pero lo
sorprendente es que la sumatoria de estos dos modos de vita contemplativa resulten en una vita activa interior de tanta intensidad.
Hay algo
enigmático en el cine de Antonioni, algo que no podemos entender pero que por
eso mismo nos atrae, nos hipnotiza. Somos espectadores del silencio, de la
no-acción, de los gestos mínimos pero también de las sensaciones vastas y
profundas que el ser humano despliega cuando interactúa consigo mismo o con los
demás.
El cine de Antonioni es un cine dual y por eso el más
humano. El cine del movimiento de la quietud, el cine del sonido del silencio.
Un cine activo y contemplativo.
° Groys, Boris (2014) “Camaradas del tiempo” en Volverse
Público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Buenos
Aires. Caja Negra Editora.
Manuela Rímoli
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