"Me
gusta la obra antigua por su novedad" Tristan Tzara
¿Cuánto
hay de mágico en las obras maestras
del arte? ¿Cuánto de sagrado? ¿Puede una obra ser símbolo de belleza, poesía y
bondad? Desmitificar el arte mediante un nuevo proceso de mitificación parece
ser un método efectivo de sutil reflexión, sin embargo “el mensaje” no siempre
es el mismo. En toda creación hay cierto nivel de opacidad que la vuelve
misteriosa, quizás incomprensible. A veces, incluso, inaccesible; de todos
modos, las obras nunca terminan de decir lo que tienen para decir y a su vez
cada nueva mirada le hará manifestar algo diferente. Reconocer “el mensaje”,
entonces, parece una utopía.
Sin
embargo, más allá de toda quimera, a mediados del 1900 se buscó codificar
aquello que, a principios del siglo XX, habían traído consigo las primeras
vanguardias artísticas: la redefinición del arte y del papel del artista. Esta
oleada de revisión y actualización vanguardista de los años ’50 y ’60 es clave
para la comprensión de la tradición artística actual. Así lo afirma Boris Groys
en su ensayo “El universalismo débil”[1],
sosteniendo a su vez que lo que las primeras vanguardias se cuestionaron fue si
los artistas podrían seguir produciendo arte en medio de la destrucción
constante de la tradición cultural en la que se hallaban inmersos a comienzos
del siglo pasado.
Así
es como en Rusia, hacia los años ’60, hubo una serie de directores encabezados
por Fyodor Khitruk que revolucionaron al cine de animación ruso. Este enfoque
revolucionario se oponía a la insistencia del Realismo Socialista que a comienzos
de la década del ’30 alejaba a las creaciones artísticas de la influencia del
Futurismo y la propia vanguardia rusa. Andrei Khrzhanovsky (Moscú, 1939) uno de
los directores más destacados y políticos deslumbra y escandaliza en 1969 con
su cortometraje La armónica de cristal
transformando a esta sutileza animada en la primer película de animación prohibida
de manera oficial en su país.

Ahora
bien, las citas pueden insinuar “un mensaje” pero el hilo se tensa y destensa
constantemente: si la flor sólo florece en manos del hombre renacentista (un niño con mirada melancólica
salido de una pintura de Leonardo) y la armónica mágica es destruida en manos
de un hombre que luce como El hijo del
hombre del surrealista Magritte, podría
deducirse que el cortometraje remarca el violento
quiebre vanguardista en el arte mimético y clásico, proclamándose sutilmente a
favor de este último y en contra de la vanguardia. Sin embargo, las
(des)tensiones siguen: la música que emana de la armónica es obra del
compositor Alfred Schnittke[2],
figura difícil ya que a raíz de su particular estilo fue rechazado más de una vez
por críticos y maestros. En La armónica…
se insinúan su maravilloso Concerto
Grosso n.º 1 (para 2 violines, clave, piano preparado y cuerdas), su Moz-Art à la Haydn (para dos violines)
como también Agonía, intensa composición
del año 1974. Como una muñeca rusa que contiene otras dentro se aprecia en los
títulos de las composiciones la tensión y distensión entre clásico y avant-garde lo cual lleva a meditar
sobre la utopía del mensaje: las notas del cristalino y bondadoso instrumento
son creación de una mente musical vanguardista y polémica: ¿es entonces el
desvío una vía para la iluminación? Mientras nos detuvimos en “el mensaje” el tiempo en el pueblo animado siguió corriendo. El niño melancólico ha vuelto convertido en muchacho con la armónica restaurada que al ser nuevamente ejecutada devuelve a su estado de Gracia a todas aquellas imágenes que se habían deformado ante la ausencia del cristal: la Madonna del Cuello Largo se afina, los retratos renacentistas adquieren
Quizás ésta sea la clave
de la maravillosa obra de Andrei Khrzhanovsky: la coexistencia de la ruptura y
la tradición, el equilibrio en el desequilibrio. Y, justamente, eso mismo parece
transmitir la acción de una hermosa mujer a lo Botticelli que vuela soltando
flores haciendo así que todos vuelen pero no como dioses o héroes sino como
amantes en una pintura de Marc Chagall, elevados por su propia belleza y
poesía. La armónica de cristal, entonces, parece sonar para recordarnos algo
importante: a la hora de la codificación del mensaje a través
de la mirada los espectadores no deberíamos olvidar la utopía que esto puede significar
y así, tal vez, lograr entregarnos (paradójicamente) a ciegas a esa imagen que
captamos, dejando que el arte cumpla su cometido: investir de significado
nuestras vidas.
Manuela Rímoli
[1]
“El universalismo débil”, Volverse público. Las transformaciones del arte en el
ágora contemporánea, Boris Groys, Buenos Aires, Caja Negra Editora, 2014.
[2] El compositor (Enguels, 1934 - Hamburgo, 1998) trabajará con el director nuevamente en el año 1971 en “Armoire” y en 1972 en “La mariposa”. En la década del ’60 se convertirá en uno de los más destacados compositores de bandas sonoras.
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